Entre clases, sindicatos y pasividad: ¿realmente somos parte de la transformación de México?
COLUMNAS
Por: Guillermo Alejandro Becerra
7/11/20252 min read
Por mucho tiempo, las clases sociales han marcado el pulso de la historia de México. Desde las luchas campesinas y obreras del siglo XX hasta los movimientos estudiantiles y civiles, el pueblo ha tenido una voz, a veces silenciada, pero nunca ausente. Sin embargo, hoy, en pleno siglo XXI, pareciera que las líneas entre clases sociales se han difuminado al grado de despolitizarnos. El sindicalismo, que alguna vez representó la esperanza de justicia laboral y organización obrera, hoy vive entre la simulación, la burocracia y la apatía.
El problema no es que ya no existan clases sociales, sino que se ha construido un discurso donde “todos somos parte del cambio”, sin asumir las diferencias reales en acceso a oportunidades, poder o influencia. En esta narrativa oficial de transformación, el ciudadano común ha sido reducido a un espectador: se nos invita a observar, aplaudir o criticar desde redes sociales, pero rara vez a incidir directamente.
Los sindicatos, que deberían ser motor de movilización, defensa de derechos y articulación social, están en muchos casos cooptados por intereses políticos, anquilosados o simplemente desaparecidos. Existen, pero no luchan. Representan, pero no transforman. Se han vuelto, en muchos sentidos, estructuras pasivas que no responden a las necesidades actuales del trabajador.
Las reformas, por su parte, prometen modernización y justicia, pero sin una base social activa y organizada, terminan siendo letra muerta o privilegio de unos pocos. Las grandes decisiones se toman desde arriba, mientras desde abajo se recibe lo que se puede, se sobrevive y se espera.
La pregunta entonces es incómoda, pero necesaria: ¿somos sujetos de cambio o simples espectadores del mismo? La transformación de México no puede hacerse con una sociedad pasiva ni con sindicatos decorativos. Se necesita recuperar la conciencia de clase —no para dividir, sino para reconocer desigualdades— y con ella, la capacidad de organización, de exigencia, de acción.
Si no despertamos del letargo, si no recuperamos las calles, las asambleas, las voces, seguiremos siendo lo que algunos han querido que seamos: observadores obedientes de una historia que no escribimos
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